Abordaremos esta entrada tomando como guía un interesante estudio publicado por Christensen y colaboradores (1). En él, los autores estudian como el entrenamiento de fuerza se relaciona con el rendimiento y estructura muscular en hombres en tratamiento por cáncer germinal. El estudio se planteó de una forma interesantísima.
En la mayoría de las investigaciones se constituyen dos grupos, uno que realiza ejercicio y otro que no lo hace (grupo de control). Otros estudios intervienen en los dos grupos, pero con un tipo de ejercicio diferente en cada uno. En este caso, sin embargo, se establecen tres. Dos que realizan ejercicio (grupo sano y grupo tratamiento-ejercicio), otro que no (grupo tratamiento-no ejercicio).
En las discusiones los autores indican que entre los hallazgos más relevantes se observa que el entrenamiento mitiga el deterioro de la fibra muscular (a nivel estructural y metabólico), daño que si se producen con mayor magnitud en el grupo en tratamiento que no entrena. Además, el grupo sano, ante el mismo programa mejora más su rendimiento muscular que el que recibió fármacos. Todo indica, a priori unas conclusiones positivas, pero no:
-Los pacientes con este tipo de cáncer no responden igual al entrenamiento de fuerza que los sujetos sanos.
– El entrenamiento de fuerza no protege contra los cambios en la homeostasis metabólica.
– Nuestro estudio no respalda la aplicación general de este tipo de entrenamiento en este entorno.
A pesar del interesante planteamiento, el estudio sirve como ejemplo de lo que viene ocurriendo y no parece cesar, la incompresible falta de definición y contextualización de la dosis de ejercicio. Veamos por qué.
Tal apreciación es asombrosa. ¿Es acaso el entrenamiento de fuerza un ente absoluto?.
El nivel en las ciencias actuales del ejercicio no merece tal conclusión. Lo lógico sería puntualizar que la dosis de ejercicio propuesta no evitó la pérdida de la homeostasis metabólica, pero…¿y si la dosis hubiera sido otra?.
No obstante, no es la dosis el eje del problema en este caso. Antes de concretar los elementos que la conforman se ha de establecer un objetivo, algo imprescindible que ocupa un lugar determinante en todo proceso de diseño en cualquier tipo de programa. Una cosa distinta es el objetivo del estudio, y otra el de la dosis (aunque deberían ir de forma conjunta). Si nuestro objetivo es evitar el deterioro muscular, no lo logra. Si este es reducir la magnitud del deterioro si lo conseguiríamos. Definir la dosis es un paso posterior y dependiente del objetivo, es parte de su contexto.
Lo que sabemos por este estudio es que la dosis aplicada (algo que no podemos analizar de manera completa porque no queda definida al nivel que debiera) hace mejorar a sujetos sanos, pero a no a los que están en terapia. Por lo que la persona en tratamiento necesitará una dosis específica que se ajuste a su estado, según el objetivo definido (acertado o no).
Es importante dejar de plantear ejercicio de fuerza per se y empezar a estudiar como una dosis de este interacciona con variables relacionadas con la enfermedad, el tratamiento o cualquier respuesta fisiológica. Empleando un símil de cocina, una cosa es juntar ingredientes y ver que sale y otra muy distinta elegirlos para crear la experiencia que queremos, o al menos intentar conocerla.
Manuel Martín
Bibliografía
1. Christensen JF, Jones LW, Tolver A, Jørgensen LW, Andersen JL, Adamsen L, et al. Safety and efficacy of resistance training in germ cell cancer patients undergoing chemotherapy: a randomized controlled trial. Br J Cancer. 1 de julio de 2014;111(1):8-16.